Morder la almohada y contener
el grito que se quiebra en la garganta.
Apretar los
dientes para no dejar salir un alarido
reprimido por años y en cambio, sale de
la boca un gemido sutil, pero que quiebra los cristales de esa
habitación fría. Luego, unas desesperadas ganas de huir del lecho.
Huir de esas
caricias que no conmueven, no erizan la piel, una emoción perdida con el
tiempo.
¿Y el amor? El amor se desvaneció en el cosmos, esa
constelación de estrellas que antes
brillaban hasta enceguecer, un huracán de besos que recorría el cuerpo, hoy es
un gélido latido en el corazón y no dicen nada.
Huir, huir del
infierno y refugiarse en un cuarto pequeño de dos por dos, al levantar la
mirada, el espejo devuelve un rostro sombrío, los ojos hinchados, en los
labios, dibujado un rictus de dolor.
Luego…seguir, un
día y otro, hasta no poder más, el cuerpo habla y dice
- Hasta aquí-!
Ya no sigas, grita, di lo que sientes,
levántate, tú puedes salir.
María Estela Rodríguez
Argentina